Vol. 7: "Antes de la lluvia" - Loquillo
"Antes de la lluvia el cielo se oscurece, tomamos posiciones, construimos las trincheras..."
Antes de la lluvia real - esa tormenta que nadie vio venir- le regalé un concierto. 21 de septiembre de 2024. Loquillo. Mi regalo por su cumpleaños.
Ya lo había visto antes en Las Ventas y en Santiago; yo también, en mis años de facultad. Lo curioso es que nunca coincidimos entonces y sin embargo ahí estábamos: compartiendo espacio - y seguramente emociones - antes de coincidir en la vida.
Un cruce predestinado de dos personas que, sin saberlo, ya se rozaban en escenarios comunes antes de encontrarse.
Aquella noche ya se percibía en el ambiente algo más: ese olor anticipado de tormenta, mezcla de aire eléctrico y promesa de lluvia.
No era aún petricor - ese aroma que surge cuando las primeras gotas tocan la tierra seca- pero el aire ya estaba impregnado de presagio. Quizá, sin darnos cuenta, las trincheras estaban empezando a construirse.
Y vaya si lo estaban. Mientras yo construía refugios, él ya cavaba trincheras. Una zanja profunda reforzada con sacos terreros y maderos en los laterales para evitar derrumbes. Bien profunda, bien reforzada, bien oscura. Toda una fortaleza en la que esconderse ... y esconderme cosas, claro.
El día 19 de octubre - ni un mes después- vino sin previo aviso, adelantando un viaje que debía ser para más adelante... y trayendo bajo el brazo una excusa que no se cree ni el que asó la manteca. Esa noche, lejos de mi y de cualquier verdad, estuvo donde realmente quería estar. Y claro, Instagram acabó contándomelo todo.
Había estado en el cumpleaños de una "amiga" - ojos que no ven, Instagram que te lo cuenta. 😅
¿Por qué no me dijo nada de ese cumpleaños?, ¿Qué había de malo en que fuera y que yo me enterara?¿por qué se inventó que había estado en otro sitio, cuando sabía que iba a aparecer en esas fotos? o peor aún: ¿por qué juró y perjuró y mantuvo hasta el final de los días conmigo que no había estado allí?.
Vale, vale, partamos de que yo no fui el lápiz más afilado del lapicero. Pero no lo era porque confiaba... y la confianza, ya sabes, te hace apoyar el pie en una piedra que parece firme... y acabas de bruces en el rio y con el barro en la boca.
Y desde ahí, ya tenía un nubarrón encima. Y la mosca, no es que la tuviera detrás de la oreja... es que ya me había metido un "bocado" que me dejó como Van Gogh.
Antes de la lluvia,
contraseñas y señuelos
tienen forma de secretos
y un ligero olor a muerto.
Y ahí, debí haber sido yo la que mandara todo al carajo.
La buena fe se presume siempre y la mala hay que probarla... y desde esa premisa pude pensar que le había surgido el plan a última hora (presumiendo su buena fe); pero me negó hasta que había estado allí, incluso cuando se reconoció en la foto de la captura que le mandé. "Oye, este no eres tú", "Sí, ¿y esa foto de dónde sale?", lo que dejaba claro que la honestidad era un lujo que él no se podía permitir y que la buena fe era solo mía.
Y no creáis que la cosa terminó ahí. Vino a mi casa llorando, jurándome que no había estado allí, que lo estaba pasando fatal y que yo era injusta por desconfiar.
Para sostener la mentira, incluso me envió una captura de pantalla de un supuesto mensaje de la cumpleañera... que él mismo se había escrito. Trataba de hacerme dudar de lo que veía, como si mis propios ojos también mintieran y mi cerebro estuviese procesando las imágenes incorrectamente.
Y sí, en mi caso fui cerrando la puerta y poniendo tierra de por medio, porque no podía soportar tanto cinismo. Cuando afuera ya estaba oscuro y el aire impregnado de tormenta, lo único sensato es marcharse antes de calarse hasta los huesos.
Me fui a Londres como hacen los modernos cuando se agobian: a pensar, a desconectar, a oxigenarme... ya sabes, lo típico.
Pero a la vuelta, fui cobarde: pacté con el silencio y me hice la sueca ante semejante mentira, queriendo creer -como una campeona- que aún había algo que salvar. Por supuesto, a mi vuelta se mostraba tan enamorado como al principio, continuamente pendiente de mí y como si nunca hubiese pasado nada.
Después de aquella tormenta supe dónde estaban las trincheras y quién las había cavado.
Así que sí: después de la lluvia, además de estos rizos estupendos, me quedó claro que lo único impermeable era él.
Ahora que ya no llueve, os dejo este temazo, para quien necesite saber que también se puede salir después de calarse hasta los huesos.
Por cierto, si has llegado hasta aquí, quizá quieras leer algo distinto...
En el Vol. 6 "Para cambiar el mundo" hablaba de esos pequeños gestos cotidianos con los que uno intenta salvarse y buscar un poco de luz cuando afuera llueve.
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