Vol.1: Crímenes perfectos - Andrés Calamaro


    Hay canciones que te salvan y otras que simplemente te dicen la verdad sin anestesia. Esta historia nació con una de esas: Crímenes Perfectos, de Calamaro.

    Fue la primera vez que escribí algo después de que me rompieran el corazón de una forma que ni yo imaginaba posible. Por suerte para mí, ya no escribo desde la herida, sino desde el lugar al que se llega después de llorar, reconstruirse y entender que se puede vivir con más música y menos drama.

    Esta entrada es parte de una sección en la que las canciones me ayudan a recordar y a mirar distinto. Porque no todo en mi es tristeza. Ahora también hay playa, rizo natural, fuerza. Hay ganas.

    Pero esta fue la primera. Y sigue teniendo algo que contar.



    Crímenes perfectos.-

    Me llamaban Pumuki. Era mi apodo de guerra, de amor, de juego. El nombre que me hacía reír cuando venía de su boca, que me hacía sentir parte de algo. Hoy empiezo este blog porque no sé como sostenerme sin escribir. Porque hay momentos en los que el dolor necesita arte para no volverse enfermedad.


    Como cualquier ser humano, me encuentro transitando un período que podríamos calificar de extraño. Sin embargo, no es menos cierto que todos, en algún momento hemos atravesado algo similar.

    ¿Acaso, en estos tiempos que corren, habrá alguien con el valor de afirmar que nunca le han roto el corazón cuando menos lo esperaba?. ¿Queda, a estas alturas alguien que diga que no ha vivido, al menos una vez en la vida, esa experiencia desgarradora en la que se siente cómo le arrancan el corazón del pecho?. No con la precisión quirúrgica de un cirujano, sino con la violencia de un matachín, arrancando de cuajo venas y arterias de un corazón caliente, al borde del último latido. 

    Pues bien, así fue como sentí el golpe aquel 20 de marzo de 2025. Un impacto seco en el pecho que me dejó sin aliento, que hizo que mis piernas fallaran y perdiera el equilibrio. Como si esa persona hubiera extirpado mi corazón de forma tan brutal que no quedaran ni venas ni arterias. Una exéresis total, sin anastomosis, sin sangrado.... como si jamás hubiese latido.

    La primera noche que pasé sin corazón no pegué ojo. Quizá los sueños huyeron al no encontrar un hueco donde habitar, y la mente, atrapada en un bucle sin fin, repetía una a una las palabras con las que se perpetró aquel crimen perfecto. 

    Desde entonces han pasado dos meses y cinco días. Y aunque a ratos parece que - a pesar de no tener corazón, porque me lo arrancaron de la forma más cruel que recuerdo- he logrado mantener mis rutinas. Ha sido el trabajo lo que me ha mantenido anclada al mundo este tiempo. Siendo justa, también mi hermana, mis amigos... porque todos sabemos que en los asuntos del corazón es mejor no involucrar a los padres. Ellos sí tienen corazón, y nos aman de una manera que quienes no tenemos hijos ni siquiera somos capaces de imaginar.

    Desde ese día he tratado - desde la cabeza, las tripas y, por qué no decirlo, desde los ovarios- salir adelante como he podido. Los primeros días solo iba a trabajar, alcanzando unas cuotas de productividad altísimas, porque me obligaba a estar centrada para no pensar en lo que me había sucedido. Llegaba a una casa prestada tan agotada que ni siquiera comía, y me iba a dormir, previo el empastillamiento correspondiente, con al esperanza de conciliar unas horas. Aunque sin sueños.

    Esa era mi principal motivación: que llegara pronto el momento de volver a esa habitación que no era la mía, hacerme un ovillo y dejar de estar en este mundo al menos por un rato.

    Llegaron días más duros. Recuerdo con especial tristeza el día que el técnico de una compañía telefónica vino hacer la instalación de la fibra a mi casa, y yo no podía parar de llorar. Estar en aquella casa - mi casa- me estrellaba de frente contra los sueños rotos de haber imaginado, alguna vez, compartirla con mi pareja. La misma persona que, días atrás, me había dicho que iba en serio conmigo, que me quería y que si no viese futuro en lo nuestro, no estaría allí.

    El mismo que, a mediodía, me juró que me quería, y esa misma noche permitió que su nuevo amor me mandara un mensaje desde su teléfono móvil para dejarme. Así sin más. Ni para eso tuvo cojones. Solo para contestar mi llamada al hilo del mensaje que acababa de recibir y decirme: "Te dejo. Tengo sentimientos por otra persona y quiero estar con ella". Una semana después de haber firmado la hipoteca de mi casa.

    Y aquí, como una tonta, sigo dándole vueltas dos meses y cinco días después. Como dice Calamaro "sintiendo los asuntos pendientes volver, hasta volverme muy loca". Porque, después de todo lo que hemos vivido, no soy capaz de asimilar que alguien te deje de esa forma: sin sensibilidad, sin pensar que te podría destrozar, y ser reemplazada de una manera tan brutal.

    Aquí está una mujer de 39 años, descartada como si no valiera nada. "Todo lo que termina, termina mal"... ¿Seré yo un bicho raro? Porque siempre que me ha tocado abandonar un amor, lo he hecho de manera limpia, dando la cara, ofreciendo las explicaciones necesarias para que la otra parte no perdiera ni un mínimo de autoestima, para que no se sintiera traicionado, para no segarle la dignidad.

    Hubiese dado un mundo por haber sido tratada como yo traté a mis compañeros, cuando se nos acabó el amor.







*Nota de la autora: A veces me pregunto si todo empezó ahí, o si la primera que me zarandeó fue Golfa, con su rabia luminosa y su poesía callejera. Te dejo el link para que lo leas y opines: 








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